Por el Ing Héctor Delmas –Presidente del Círculo de Escritores del Comahue –
En
el bicentenario, cuando hablamos de 1810, nos cuesta pensar en el
entorno, con una sociedad donde la minoría de la nobleza disponía de
todos los recursos, y los restantes habitantes reducidos a condiciones
mínimas de servidumbre, la revolución francesa con sus consignas de
libertad, igualdad y fraternidad, encontró a muchos idealistas, en
general militares, comerciantes e intelectuales, que tomaron estas
banderas, y viajaron a las ex colonias de América española para
colaborar en su emancipación.
Entre
ellos llego el ciudadano norteamericano Samuel Williams Taber, de
treinta años, nacido en la ciudad de Nueva York, y perteneciente a una
familia acomodada de origen judío.
En
cuanto arribo a Buenos Aires, Se presentó en el fuerte, donde expuso a
los miembros de la Primera Junta los planos de un artefacto submarino
que serviría para atacar a la flota realista. Su invento era una especie
de tortuga de madera con un taladro en la punta con el que Taber
pensaba perforar el casco de los buques Españoles en la rada de
Montevideo, a efectos de colocar allí los explosivos.
La
Primera Junta designó una comisión especial para que estudiara los
planes de Taber, integrada por los dos militares, Cornelio Saavedra y
Miguel de Azcuénaga. quienes, mediante un informe secreto, aprobaron la
factibilidad de la idea y la posibilidad de volar los polvorines
flotantes de la armada enemiga, todo financiado por Taber.
En
menos de quince días comenzó la construcción del conocido solamente
como “proyecto Taber”, dado el secreto de que se le rodeó.
A
poco de iniciarse los trabajos, el norteamericano fue enviado a la
Banda Oriental en calidad de espía, a efectos de estudiar in situ el
ataque. Taber regresó a Montevideo y se abocó a su misión realizando
estudios de sondajes, corrientes, etc.
El
26 de marzo de 1811, junto con dos capitanes, dos subtenientes y un
ingeniero, se disponían a huir del puerto oriental en una pequeña
embarcación con el resultado de su espionaje, pero fue detenido, acusado
de sobornar a marinos españoles. Cargado de cadenas fue llevado a
prisión, donde permaneció hasta el 25 de mayo de 1811, en que, luego de
muchas protestas, y mediante la intervención del cónsul norteamericano, y
la única condición de que se embarcara en el primer navío que se
dirigiera a los Estados Unidos y nunca más se inmiscuyera en los asuntos
del Río de la Plata, fue liberado.
Pero
Taber había decidido que su corazón era de Buenos Aires, descendió del
buque en Río de Janeiro e inició el regreso, llegando a esta ciudad el
10 de septiembre de 1811.
Inmediatamente
se reunió nuevamente con los miembros de la Primera Junta para
exponerles su plan, que consistía en atacar con su invento una fragata y
un bergantín españoles utilizados como depósitos de pólvora amarrados
en el puerto de Montevideo. La Junta aprueba el plan y nombra a Taber
capitán de artillería ad-honorem.
Fabricada
la embarcación, construida en madera, de entre ocho a diez metros de
largo, pintada de negro y marcada con una “T” en blanco, sus partes son
colocadas en un gran cajón de madera de pino, también marcado con una
“T”.
El
21 de octubre de 1811 Taber solicita permiso para trasladarse a la
Ensenada de Barragán con todo el equipamiento a efectos de completarlo,
armarlo y experimentarlo en aguas del río. Esto era necesario porque el
bajo calado de las aguas del puerto de Buenos Aires hacía imposible la
navegación del artefacto. Además, hubiera llamado la atención de todos, y
no faltaría el soplón que informaría a los realistas.
Jamás
llegó a Ensenada, porque antes que la pesada carreta tirada por bueyes
iniciara su travesía, el 22 de septiembre de 1811, cayó la Junta Grande y
asumieron Juan José Paso, Manuel de Sarratea y Feliciano Chiclana.
A los miembros del primer triunvirato les pareció arriesgada la idea del norteamericano y la descartaron.
Jamás se supo adonde fue a parar el cajón con las partes del aparato.
Taber
siguió durante 1812 con sus espionajes, ahora en Chile, y el 8 de
noviembre de 1813 murió en la estancia de su amigo Richard Hill, situada
a 50 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, víctima de la tisis
adquirida en su prisión de Montevideo. Legó todos sus bienes, según hizo
anotar en su testamento, a la Junta Revolucionaria.
Los
planos del submarino de madera desaparecieron, y la tortuga de Taber
jamás pudo participar de la guerra de la independencia. Ninguna calle o
plaza recuerda a este visionario precursor que puso su vida y sus bienes
al servicio de su país de adopción.